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Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Alegatos de apertura


Conocemos un solo Dios, solo increado, solo eterno, solo sin principio, solo verdadero, solo inmortal, solo enteramente bueno, solo poderoso, que crea, ordena y dispone todas las cosas, inalterable, inmutable, justo y enteramente bueno, Dios de la ley, de los profetas y del Nuevo Testamento. Este Dios engendró un Hijo unigénito antes de todos los siglos, por medio del cual creó los siglos y todas las cosas; nacido en apariencia, sino en verdad; obediente a su voluntad, inmutable e inalterable; criatura perfecta de Dios, pero no una más de las criaturas; hechura de Dios, pero no como las demás hechuras. Y no es el Hijo, como Valentín ha pensado, una prolación del Padre; ni, como lo explicó Maniqueo, es una parte de la única sustancia del Padre; ni como lo interpreta Sabelio, que separa la unión, que dijo que el Hijo era el mismo que el Padre; ni, como quiere Hieracas, es luz de luz o una lámpara dividida en dos partes. Ni tampoco aquel que existía antes, nació después o fue recreado como Hijo, como tú mismo, beatísimo padre, en medio de la Iglesia y en la asamblea has contradicho con frecuencia a los que introducen tales enseñanzas. Sino que es, como dijimos, creado por voluntad del Padre antes de los tiempos y los siglos, recibe del Padre la vida y el ser, y el Padre lo glorifica al hacerle partícipe de su ser. Y el Padre, al darle la herencia de todas las cosas, no se despojó de los atributos increados que posee, pues él es la fuente de todo.

Por ello, tres son las personas: El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Y, cierta­mente, Dios es la causa de todas las cosas, absolutamente el único sin comienzo. El Hijo salió del Padre fuera del tiempo, creado y constituido antes de los siglos, no existía antes de nacer, sino que, nacido fuera del tiempo antes de todas las cosas, recibe el ser él solo del Padre solo. Pero no es eterno, ni coeterno, ni increado juntamente con el Padre, ni tiene su ser a la vez con el Padre, como algunos dicen “respecto a otro”, introduciendo dos principios no nacidos. Sino que como Dios es la unión y el principio de todas las cosas, así existe con anterioridad a todo. Por lo cual existe también antes que el Hijo, como lo aprendimos de tu predicación en medio de la Iglesia. Y por ello tiene de Dios el ser, la gloria y la vida, y todas las cosas le han sido entregadas según esto: Dios es su principio. Y Dios es superior a él, como su Dios, pues existe antes que él. Ya que si las palabras “de él” (Rom. 11:36), y “desde el seno” (Salmo 110:3), y “salí del Padre, y he venido” (Juan 16:28) se entienden como si se tratara de una parte de su única sustancia o como una prolación que se extiende, el Padre, según ellos, sería compuesto, divisible, cambiable y corpóreo, y, según sus mismas palabras, el Dios incorpóreo soportaría las consecuencias de la corporalidad.


El texto anterior es un extracto de la carta que en 320 d.C. Arrio dirigió al Obispo Alejandro de Alejandría en uno de los puntos más álgidos de la controversia arriana, extracto que perfila de manera clara la manera de pensar que tenía Arrio respecto de la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo, y la naturaleza de la relación entre ambos.  


Esta postura le acarrearía al Imperio Romano y a la Iglesia una cuestión no menor de debate que culminaría con la realización en el 325 en el Concilio de Nicea, Concilio que definiría que Jesus es Dios, al igual que el Padre es Dios, base binitarista que concluiría con la formula trinitarista del Primer Concilio de Constantinopla en el 381 d.C.,  donde también se reconocería que el Espíritu Santo es Dios. Por su parte, en su momento, el pensamiento contrario les acarrearía a Arrio y sus seguidores la anatemización de sus postulados y en lo personal a ellos la denuncia, la condena y el exilio.


La esencia de la controversia arriana estriba en que ante la postura que  defendía que Jesús tenía una doble naturaleza, humana y divina, y que por tanto Cristo era verdadero Dios y verdadero hombre, Arrio afirmaba que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, por lo que, habiendo sido creado, no era Dios mismo.


Si bien el Concilio de Nicea definiría la cuestión  anterior de manera oficial en el Imperio Romano, extendiéndose esto a través de los siglos en una abrumadora mayoría del cristianismo, la controversia sobre la cuestión de la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo, y la naturaleza de la relación entre ambos, no ha concluido. En este tenor, el objetivo del presente estudio es arrojar nueva luz sobre el tema pero desde la perspectiva de la evidencia circunstancial.


Antes de abordar la cuestión de la evidencia circunstancial, hablemos sobre la evidencia directa. La evidencia directa, en la cuestión relativa a la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo y la naturaleza de la relación entre ambos es la Escritura. Dado que el tema en cuestión no puede ser dilucidado de manera autónoma por el hombre, requerimos de la revelación de Dios para acceder a él, es por ello que no existe mayor prueba, prueba más excelente, que la que proporciona la Escritura. El problema es que si bien “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16), también es cierto que en la misma “hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos é inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para perdición de sí mismos” (2 Pedro 3:16).


Si un binitario o trinitario señala Juan 1:1 “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” para demostrar que el Hijo es igual al Padre, un unitario señalará que “el Verbo era con Dios [θεόν], y el Verbo era Dios [θεὸς]” usa dos palabras para referirse a dos cuestiones diferentes por lo que no se refiere a lo mismo.  Si un unitario señala Juan 14:28 “…el Padre mayor es que yo” para mostrar que el Hijo no es igual al Padre, un bininitario o trinitario señalará que la cuestión de que el Padre es mayor al Hijo es referida a la naturaleza humana que el Hijo también poseía. Si un binitario o trinitario señalan Juan 10:30 “Yo y el Padre uno somos” para mostrar que el Hijo es igual al Padre, un unitario argumentará que esa unidad no es en sustancia sino en pensamiento e intención. Si un unitario señala Juan 20:17 “...“Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” para mostrar que el Hijo no es igual al Padre, un binitario o trinitario señalara que en su naturaleza humana que Jesús se refiere al Padre como su Dios.


Hay literalmente decenas de estudios realizados tanto por unitaristas como por binitaristas o trinitaristas respecto de Deuteronomio 6:4 “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. Los primeros para demostrar la palabra uno, ’e·ḥāḏ, אֶחָֽד׃, indican una unidad singular (lo que implica la imposibilidad de varias personas en un solo Dios), y sustentaran sus argumentos en citas como Génesis 41:5, 22, donde habla de una sola caña, o Génesis 42:11, 13, donde habla de un solo hombre; los segundos para demostrar que  la palabra uno, ’e·ḥāḏ, אֶחָֽד, indican una unidad compuesta (lo que implica la posibilidad de varias personas en un solo Dios), y sustentaran sus argumentos en citas como Génesis 2:24 que habla de que el hombre y su esposa serán una sola carne y  Génesis 11:6 y otros textos, varios ejemplos que hablan de un pueblo.


El resultado es una discusión donde tanto de uno como de otro lado se acumulan las citas bíblicas, las interpretaciones, las extrapolaciones, los silogismos, sin que ninguna de las dos partes ceda.


Dado lo complejo del tema, ¿podemos creer realmente que la comprensión de la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo y la naturaleza de la relación entre ambos puede dilucidarse con el análisis una, dos, cinco o diez?


Pero entonces, ¿qué se puede hacer?


Supongamos que un grupo de amigos vamos por la calle y vemos una pareja, un hombre y una mujer, que van de la mano y se nos hace la pregunta de que si qué creemos que ellos son uno del otro. Tal vez uno de nosotros diga que dado que van de la mano son esposos, tal vez otro argumente que ese detalle más bien se ve en los novios por lo que han de ser novios, otro más puede decir que son amigos y que a lo mejor acaba uno de ellos de pasar por un trance emocional y el otro lo acompaña de la mano como muestra de apoyo, incluso puede haber alguno que argumente que pueden ser hermanos y que uno guía al otro pues tal vez este último no mira bien. En fin. Pudieran darse tantas explicaciones como personas presentes que estén viendo la escena, pero ¿quién tendría razón?


Quienes argumentan sobre la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo y la naturaleza de la relación entre ambos con una, dos, cinco o diez citas son como las personas del relato que con uno, dos, cinco o diez detalles buscan dilucidar la relación de la pareja observada.


Ahora bien, en el caso de la pareja observada, si uno, dos, cinco o diez detalles no nos son suficientes para determinar la relación de la pareja, ¿qué pudiéramos hacer para acercarnos a entender a cabalidad el asunto en cuestión? Una opción, tal vez la única para lograr este fin, sería no sólo fijarnos en uno, dos, cinco o diez detalles sino más bien en seguir a la pareja todo el día para alcanzar a comprender la naturaleza de la relación.


Si vemos se besan en la boca, obvio ya no son hermanos, si recogen a un niño que es de ambos en la escuela, obvio no son sólo amigos, pero si viven juntos podemos concluir que son pareja, esposos. Claro está que estos detalles son sólo una muestra de cientos que durante todo el día vimos y que nos llevaron a concluir eso.


¿No pudiéramos seguir al Padre y al Hijo para acercarnos a la naturaleza de ambos y a la naturaleza de la relación? Claro que sí, sólo que a ellos no los seguimos durante todo el día, sino a través de la Escritura, siendo que al final, cuando ya tengamos una idea de la naturaleza de ambos y de la naturaleza de la relación que entonces, y sólo entonces, procederemos a ordenar todo y a aclarar correctamente esos puntos de controversia existentes.


Este debería ser el método para abordar la evidencia directa, la Escritura. En este punto, y dado que aquí no abordaremos la evidencia directa sino la evidencia circunstancial, antes de continuar, se recomienda encarecidamente que previamente a este estudio se lea el libro Un sólo Dios, el Padre;  un sólo Señor, Jesucristo, en dicho libro se presentan más de mil citas del Nuevo Testamento, ordenadas por libro, que muestran precisamente la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo y la naturaleza de la relación entre ambos. La ventaja de ese libro es que, a diferencia de todos los libros, estudios y tratados que tanto unitaristas como binitaristas y trinitaristas puedan presentar sobre el tema, el mismo no incluye absolutamente ningún comentario que busque incidir en la conclusión a la que el lector pueda por sí mismo llegar.


Si una vez leído ese libro el lector siente por lo menos que hay algo extraño en la propuesta binitaristas o trinitaristas de la igualdad del Hijo con el Padre, entonces revise la evidencia circunstancial que aquí se presenta para que concluya hacia qué lado de la balanza inclina su decisión.


Ahora sí, una vez aclarado lo relativo a la evidencia directa, abordemos la cuestión de la evidencia circunstancial. La evidencia circunstancial comprende ciertos hechos, de los cuales, el hecho a ser probado puede inferirse. En el caso del tema en cuestión, es decir, la naturaleza del Padre, la naturaleza del Hijo y la naturaleza de la relación entre ambos, esta evidencia circunstancial serán aquellos hechos ajenos a la Escritura que nos sirvan para dilucidar el tema en cuestión.


Sobre esta evidencia circunstancial, la principal, sino es que la única característica que presentará, y que nos ayudará en dilucidar el asunto en cuestión, es que ésta sea contundente, irrefutable. A diferencia de la evidencia directa que puede ser interpretada en un sentido u otro, dependiendo del sentir de quien esgrima los argumentos, la evidencia circunstancial que se presentará no es susceptible de interpretarse, pero si puede utilizarse como argumentación adicional que permita entender el asunto que se dirime.


Respecto de esta evidencia circunstancial que se desarrollará en el presente estudio la misma, que son cinco, se refiere a la ausencia neotestamentaria del tema bi o trinitario, el carácter pagano de los pensadores bi o trinitarios, la naturaleza anti escritural del Concilio de Nicea, la correcta doctrina de los verdaderos santos, y el espíritu del error en la falsa doctrina del anticristo.



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